El espíritu del 4 de julio de 1776, fecha en que el Congreso Continental adoptó la revolucionaria Declaración de Independencia dio a luz a la que con el tiempo sería la más poderosa nación del mundo.
La Revolución Norteamericana, producto del pensamiento ilustrado del siglo dieciocho, dio comienzo a una era de revoluciones. Preparó el escenario para la conmoción cultural de la Revolución Francesa de 1789, y para muchas insurrecciones sucesivas, en las colonias europeas y en la misma Europa.
La rebelión se propagó por Sudamérica a comienzos del siglo
diecinueve, y la mitad del siglo fue testigo de muchas más revueltas en
naciones como Bohemia y Hungría. En el siglo veinte, el fervor revolucionario
puso por fin término a la era colonial. Las revoluciones inspiradas en la
ideología marxista continuaron dislocando el viejo orden en lugares tan diversos
como Rusia y China.
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